Una sacra sorpresa

 

Siempre he tenido un recuerdo muy claro en mi mente: una monja, de ojos verdes y cara impoluta, cuyo hábito apenas si lograba ocultar las formas de su voluptuoso cuerpo.

Recuerdo la gran cruz en medio de su pecho, y como parecía tenerla atrapada ahí. Recuerdo que incluso, aunque apenas era un chico, pensé que aquella mujer era una monja muy extraña. Porque ellas suelen ser mujeres de edad, con las arrugas en el rostro y la bondad en la voz propia de una abuela.

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Carne tierna

Carne tierna

Aquello se suponía que sería solo otro fin de semana más, unos días yendo a la playa, disfrutando que Sara, mi mejor amiga de la infancia, venía a visitarme desde Madrid.

En un principio, solo vendría ella. Luego, de improviso, me dijo que no podía venir sin su pareja José, un hombre alto y un poco ausente. Eso estaba bien, José y yo hemos charlado un par de veces y me parece buena gente. El problema es que, al recibirlos, me di cuenta de que tenía tres huéspedes en vez de dos.

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